lunes, 22 de marzo de 2010

La intemperie líquida


(Extraído de “Identidad y calidad frente a los retos de la inclusión y de la no violencia” - Guillermo Tanos, sdb)


“Los contextos actuales son más dinámicos y diversos. Se han multiplicado las maneras de ser niño, adolescente y joven: hay variedad de realidades, culturas, lenguajes juveniles y formas de vincularse.
El “cambio” define nuestro tiempo. Todos los tiempos han tenido mutaciones. El movimiento es la característica de los seres vivos y, por ende, somos continuamente “cambios”. Quizá la aceleración, lo desinstalante, cierta sensación de que no podemos manejarlo, nos impresiona en el cambio presente. Una imagen que describe esta realidad es la que usa Zygmunt Bauman: la liquidez… O aquella frase de la película “La Matrix”, que decía Morfeo: “¡Bienvenidos al desierto de lo real!”.

Nuestro tiempo podría definirse (o parecerse) a una intemperie líquida en la que muchos no logran hacer pié, pero algunos se ahogan más rápido…Jóvenes y adultos, tragados por el cambio, en que lo vertiginoso, muchas veces, los expulsa, los culpabiliza, los invisibiliza, los “envejece”. Así, los adolescentes y jóvenes son parte de esta “intemperie líquida”. En ellos hay una mezcla de represión y desinhibición con respeto a la sexualidad. Para ellos no hay reglas fijas (ropa sucia y rotosa, malas palabras, eructos, estornudos, escupidas) y todo es espontáneo. La publicidad y el consumo forman parte de sus vidas.
Esta cultura es amplia porque incorpora todo, mezcla el rock y la bailanta. Es como un gran collage donde coexisten indiscriminadamente varios elementos, y donde simplemente se los usa y no se elige. Muchos adolescentes y jóvenes forman parte “de una tribu” y es muy fuerte en ellos “la cultura de la noche”, negándose a dormir. (Cfr SILVIA DI SEGNI OBIOLS, 2007)
Los comportamientos actuales, que se manifiestan en el aula, superan la visión clásica de la disciplina que tenemos: faltas de puntualidad, cuchicheos, risas, cuestionamientos, provocaciones constantes al profesor, comentarios hirientes en voz alta acerca del profesor, de un compañero o de la propia tarea, insultos, pequeñas peleas y robos.

También se han visualizado con más fuerza las distintas formas de mal trato dentro de la escuela (Bullying). Las formas más comunes son, en primer lugar, la verbal (insultos), seguida del abuso físico (peleas, golpes, etc.) y el maltrato por aislamiento social (ignorar, rechazar, no dejar participar). Tampoco debemos desconocer el acoso sexual, la violencia de origen racista y la violencia de género. En el maltrato se participa como agresor, víctima y espectador. Lo cierto es que estos nuevos fenómenos han provocado una disminución en el rendimiento escolar de los alumnos y en el rendimiento profesional de los docentes. En estos originan frecuentemente serias alteraciones psíquicas (el estrés, la fatiga psíquica, la depresión y el síndrome del burnout (también llamado síndrome de “estar quemado” o de desgaste profesional). La vulnerabilidad es la dimensión transversal en esta realidad educativa; vulnerables son los educandos y vulnerables son los educadores.
El contexto de indefensión e inseguridad es el rasgo propio de nuestro tiempo, incluyendo la pobreza y la exclusión (expulsión). La “contracara” de una cultura violenta es una cultura de la vulnerabilidad donde los adolescentes y jóvenes están desprotegidos, estigmatizados por la sociedad, por la escuela, por la misma familia e incluso por ciertas propuestas de educación en la fe. Esto lleva a diversos comportamientos como la soledad y el desamparo, la baja autoestima, la identidad sexual no asumida, el sentimiento de omnipotencia, y la falta de proyección en la vida. Siempre está la tentación de no aceptar esta realidad y sentirnos extranjeros en este nuevo paradigma; estar pero sin sentirnos parte de esta cultura, recluidos en un mundo que ya no existe”.

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