sábado, 2 de enero de 2010

Sobre la felicidad



¿Por qué deseamos Feliz Año Nuevo si hay tanta infelicidad a nuestro alrededor? ¿Este año será feliz para afganos e iraquíes? ¿Serán felices los niños africanos reducidos a esqueletos de ojos perplejos por la tortura del hambre? ¿Seremos todos felices, conscientes del fracaso de Copenhagen que salva el lucro y compromete la sustentabilidad?

¿Qué es la felicidad? Aristóteles afirmó: es el bien mayor que todos anhelamos. Y mi compañero Tomás de Aquino completó: incluso cuando practicamos el mal. De Hitler a la Madre Teresa, todos buscan, en todo lo que hacen, la propia felicidad.
La diferencia está en la ecuación egoísmo/altruismo. Hitler pensaba en sus hediondas ambiciones de poder, la Madre Teresa, en la felicidad de aquellos que Frantz Fanon llamó “condenados de la tierra”.

La felicidad, el bien más ambicionado, no figura en las ofertas del mercado. No se la puede comprar, hay que conquistarla. La publicidad se empeña en convencernos de que ella resulta de la suma de los placeres.

Estimulado por la propaganda, nuestro deseo se exila en los objetos de consumo. Vestir ropa de marca, tener el cochazo del año, vivir en un condominio de lujo – reza la publicidad – nos hará felices.

Desear Feliz Año Nuevo es esperar que el otro sea feliz. ¿Es desear que también haga a los otros felices? El ganadero que no paga el servicio social para sus peones y gasta fortunas con veterinarios para sus rebaños, ¿espera que el prójimo tenga también un Feliz Año Nuevo?

El deseo sí busca la felicidad, “la vida en plenitud” manifestada por Jesús, pero ella no se encuentra en los bienes finitos ofrecidos por el mercado. Como decía el profesor Milton Santos, se encuentra en los bienes infinitos.

El arte de la verdadera felicidad consiste en canalizar el deseo para dentro de sí, a partir de la subjetividad impregnada de valores, imprimir sentido a la existencia. Así se consigue ser feliz, incluso cuando hay sufrimiento. Se trata de una aventura espiritual.
Pero al sumergirse en las oscuras sendas de la vida interior, guiados por la fe e/o por la meditación, tropezamos en nuestras propias emociones, en especial aquellas que traicionan a nuestra razón: somos ofensivos con quienes amamos; rudos con quien nos trata con delicadeza; egoístas con quien es generoso; prepotentes con quien nos acoge en solícita gratuidad.

Si logramos sumergirnos más hondo, más allá de la razón “egótica” y de los sentimientos posesivos, entonces nos aproximaremos de la fuente de la felicidad, escondida detrás del ego.

El año será realmente nuevo si, en nosotros y a nuestro alrededor, superamos el viejo. El viejo es todo aquello que ya no contribuye a hacer que la felicidad sea un derecho de todos. Superar el modelo productivista-consumista e introducir, en el lugar del PIB, el FIB (Felicidad Interna Bruta) fundada en una economía solidaria.

(Traducción del texto original de Fray Betto)

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