jueves, 31 de diciembre de 2009

Un brindis



Me gustan las fiestas. Principalmente porque las fiestas, en su esencia, son encuentros de personas alrededor de una alegría común. Para mí, en la fiesta, lo que vale es eso, el encuentro entre personas. Todo lo demás es pretexto.

No es que no me guste la mesa, los entremeses, comer y beber. Una buena fiesta también es un regalo para los sentidos, especialmente el paladar. Pero eso sirve, en verdad, para aumentar nuestra dosis de satisfacción y alegría al compartir la mesa con los otros invitados.

En las fiestas de fin de año hay, para mí, un momento especial, el brindis. En el día a día no es común entre nosotros; al contrario, el brindis anda cada vez más escaso, tal vez porque, con nuestras prisas, muchas veces hemos perdido el sentido del rito, donde los gestos hablan, y las cosas rebosan de un significado más profundo. En nuestra superficialidad olvidamos o banalizamos la mirada sacramental.

Yo, por fe y testarudez, continúo apreciando la solemnidad del momento, la riqueza del rito, la experiencia de la celebración que un sencillo brindis puede proporcionar.

En tales momentos me acuerdo especialmente de la Eucaristía, del momento en que el sacerdote, poco después de la consagración, levanta el cáliz y la patena, presentando a todos “el misterio de nuestra fe” y diciendo “por Cristo, con Cristo y en Cristo…”

Percibo allí la síntesis de un brindis a la vida, al espíritu fraterno, a nuestros mejores sueños, a lo que hay de más hermoso en cada uno de nosotros. Un brindis a la belleza de ser y de hacer comunidad.

En ese instante siento que Dios brinda con nosotros su alegría por la Creación y reafirma: “Yo continúo creyendo en vosotros…”

Me siento entonces invitado a repetir y a multiplicar ese gesto en la celebración cotidiana que es la vida.
(…)
En estas fiestas al levantar tu copa, -o tu vaso descartable-, levanta los ojos y el corazón y recuerda la frase que repetimos en las Eucaristías, en una respuesta casi maquinal, cuando el sacerdote dice:

Levantemos el corazón”.

Que en tu brindis puedas decir.

“Lo tenemos levantado hacia el Señor”

(Traducción del original de Eduardo Machado)




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