viernes, 8 de enero de 2010

Ciencia y Fe




“El evangelista Mateo, que cuenta el acontecimiento, subraya cómo los Magos llegaron a Jerusalén siguiendo una estrella, percibida cuando apareció e interpretada como señal del nacimiento del Rey anunciado por los profetas, esto es, el Mesías. Pero llegados a Jerusalén necesitaron indicaciones de los sacerdotes y de los escribas para conocer exactamente el lugar a donde ir, a Belén, la ciudad de David. La estrella y las sagradas escrituras fueron las dos luces que los guiaron en el camino. Los magos son modelo de una auténtica búsqueda de la verdad.


Eran sabios que escudriñaban los astros y conocían la historia de los pueblos. Eran hombres de ciencia, en su sentido amplio, que observaban el cosmos como si fuese un gran libro lleno de signos y de mensajes divinos para el ser humano. Pero en su sabiduría, lejos de considerarse autosuficientes, estaban abiertos a otras revelaciones y llamadas divinas. De hecho, no se avergonzaban de buscar orientación y ayuda. Podían haber dicho: vamos a hacerlo solos, no necesitamos de nadie, evitando, según nuestra mentalidad de hoy, toda “contaminación” entre la ciencia y la Palabra de Dios.


Al contrario, los Magos escucharon las profecías y las acogieron, y en el momento en que se pusieron a camino de Belén, volvieron a ver la estrella, como una confirmación de la perfecta harmonía entre la búsqueda humana y la Verdad divina, una armonía que los llenó de alegría en su corazón de auténticos sabios.


Al llegar al final de su búsqueda, cuando se encontraron delante del “Niño con María, su Madre”, dice el evangelio que “se postraron y lo adoraron”. Podían haberse quedado decepcionados, incluso escandalizados. Pero al contrario, como verdaderos sabios, se abrieron al misterio que se manifiesta de forma sorprendente; y con sus dones simbólicos demostraron reconocer en Jesús al Rey y al Hijo de Dios.


Un último particular confirma en los Magos la unidad entre inteligencia y fe: cuando, orientados en sueños para no volver a Herodes, regresaron a su país por otro camino. Hubiese sido normal volver a Jerusalén, al palacio de Herodes y al Templo para divulgar su descubrimiento; pero no, los Magos habían escogido al Niño como su soberano, y así como habían aparecido, desaparecieron en el silencio, apagados, pero transformados por el encuentro con la Verdad. Habían descubierto un nuevo rostro de Dios, una nueva realidad: la del Amor”.


(Alocución del Papa en el ángelus del día 6 de enero)

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