lunes, 28 de diciembre de 2009

Reflexión sobre Belén



“Hay mucho que ver en Belén pero no todas las miradas podrán acoger lo que allí acontece. Hay miradas opacas que no se alegrarán, miradas desconfiadas que no lo entenderán, miradas frías que no vibrarán con la novedad de la gruta… Solamente las miradas de los pobres y pequeños se admirarán, y la paz del corazón será su recompensa.


“Ver de nuevo”, ver otras cosas diferentes de lo que estamos acostumbrados a ver es también “nacer de nuevo”. Es necesario despertar el “pastor interior” que hay en nosotros, nuestra capacidad de atención a la vida, a buscar con otros, a dejarnos sorprender delante de la presencia despojada de Dios.


El Niño de Belén es también una nueva revelación de quien es el ser humano, que no es fruto del acaso, ni una pasión inútil. Dios se “hizo tejido humano”, revistió al ser humano de su propia gloria; en el nacimiento de Jesús se revela la grandeza, la dignidad, el misterio inagotable del ser humano. Somos seres “visitados por Dios”, y esto nos dignifica; nuestra humanidad fue divinizada por la “bajada” de Dios.


Delante del misterio del Nacimiento, San Ignacio nos invita a “mirar a las personas: Nuestra Señora, José, la criada y el Niño Jesús…” (EE 114)


¿Qué hace esa pobre “criada” en el texto ignaciano? ¿Será que ella no representa todos los excluidos de nuestra sociedad? Contemplar el rostro del Niño “da mucho que hablar”: tal actitud nos mueve a cuidar la “imagen divina” en los rostros desfigurados por el hambre y la pobreza, rostros aterrorizados por la violencia diaria, rostros angustiados de los menores abandonados, rostros de los ancianos cansados y excluidos, rostros de mujeres humilladas y ofendidas… Es precisamente en el compromiso con el rostro humano desfigurado y marginado que descubrimos la llegada del Mesías y su presencia en nuestro medio. Él es el termómetro de nuestra fe”.


(De puntos en EE)

No hay comentarios: