lunes, 7 de diciembre de 2009

Era el 8 de diciembre



Era el 8 de diciembre de 1871. Uno de los testigos quedó impresionado, tan impresionado, que todavía en los años de su ancianidad guardaba intacto y jugoso el recuerdo. Ha sido providencial, porque nos ha regalado todas sus impresiones de aquel día: impresiones sensibles e impresiones espirituales.

Sabemos por él que la ciudad amaneció cubierta de nieve. Sobre la nieve suenan menos los pasos, ¡que no se oigan estos pasos vacilantes de niña que empieza a dar la Congregación de las Hijas de Jesús en Salamanca!

Y que hacía frío. Un frío que tuvo ateridas a las pobrecitas fundadoras, pero que no conseguía enfriar ni un poco su entusiasmo y su fe.

Por las calles nevadas de Salamanca empezaron a andar aquellas mujeres. La Fundadora, con una de sus compañeras, al palacio episcopal. Cuando fray Joaquín Lluch y Garrriga trazó sobre ellas la señal de la cruz, la Madre Cándida vio en su mano el signo aprobatorio de la Iglesia. Y en su corazón empezó a saltar un Magníficat.

Igual que sabemos que hizo frío y que había nevado desde la víspera, sabemos que a las cuatro de la tarde se celebró un sencillísimo acto en la capilla improvisada. La presidía una imagen de la Virgen, la Inmaculada. Sobre el altar había seis escapularios de lana azul con una inscripción con el nombre de Jesús.

El P. Herranz impuso los escapularios y habló unos momentos. Tenían un vigor especial sus palabras evangélicas, como si Cristo mismo pusiera resonancias en su voz: No sois vosotras las que me habéis elegido a Mí, sino que Yo soy el que os he elegido a vosotras.

Nace en la tarde, a la luz de esta estrella, la Congregación de las Hijas de Jesús.”

(Extraído de “Doble Vertiente”, M ª Anunciación Febrero FI)

A lo largo y ancho de este mundo, en todos los lugares donde estamos las Hijas de Jesús, comprometidas en hacer vida el ideal de la Madre Cándida María de Jesús desde nuestro seguimiento a Cristo, brota un canto de acción de gracias:

¡Bendito sea Dios que tanto nos quiere!


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