jueves, 26 de marzo de 2009

Encuentro del Papa con la Juventud en Angola

(Extraido del discurso del Papa en el Estadio Dos Coqueiros - Luanda, sábado 21 de marzo de 2009)

"Queridos amigos:
Habéis venido muchos, representando a otros muchos más que están espiritualmente unidos a vosotros, para encontrar al Sucesor de Pedro y proclamar conmigo ante todos la alegría de creer en Cristo y renovar el compromiso de ser sus fieles discípulos en nuestro tiempo. Un encuentro parecido tuvo lugar en esta misma ciudad el 7 de junio de 1992 con el amado Papa Juan Pablo II; con los rasgos un poco diferentes, pero con el mismo amor en el corazón, aquí tenéis al actual Sucesor de Pedro, que os abraza a todos en Cristo Jesús, que «es el mismo ayer, y hoy y siempre» (Hb 13,8).

Deseo, ante todo, daros las gracias por esta fiesta que me ofrecéis, por la fiesta que sois vosotros, por vuestra presencia y vuestro gozo. Dirijo un saludo afectuoso a los venerados Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, así como a vuestros animadores. Os doy las gracias de corazón y saludo a cuantos han preparado este encuentro y, en particular, a la Comisión episcopal para la Juventud y las Vocaciones, con su Presidente, Mons. Kanda Almeida, al que agradezco las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido. Saludo a todos los jóvenes, católicos y no católicos, que buscan una respuesta a sus problemas, algunos de los cuales han sido seguramente indicados por vuestros representantes, cuyas palabras he escuchado con gratitud. Naturalmente, el abrazo a ellos, vale también para todos vosotros.

Encontrarse con los jóvenes hace bien a todos. Tal vez tengan muchos problemas, pero llevan consigo mucha esperanza, mucho entusiasmo y deseos de volver a empezar. Jóvenes amigos, lleváis dentro de vosotros mismos la dinámica del futuro. Os invito a mirarlo con los ojos del Apóstol Juan: «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva… y también la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: “Ésta es la morada de Dios con los hombres”» (Ap 21,1-3). Queridísimos amigos, Dios marca la diferencia.

Amigos míos, vosotros sois una semilla que Dios ha sembrado en la tierra, que encierra en su interior una fuerza de lo Alto, la fuerza del Espíritu Santo. No obstante, para que la promesa de vida se convierta en fruto, el único camino posible es dar la vida por amor, es morir por amor. Lo dijo Jesús mismo: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero, si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12,24-25). Así habló y así hizo Jesús: su crucifixión parece un fracaso total, pero no lo es. Jesús, en virtud «del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha» (Hb 9,14). De este modo, cayendo en tierra, pudo dar fruto en todo tiempo y a lo largo de todos los tiempos.

Jóvenes amigos, semillas con la fuerza del mismo Espíritu Eterno, que han germinado al calor de la Eucaristía, en la que se realiza el testamento del Señor. Él se nos entrega y nosotros respondemos entregándonos a los otros por amor suyo. Éste es el camino de la vida; pero se podrá recorrer sólo con un diálogo constante con el Señor y en auténtico diálogo entre vosotros. La cultura social predominante no os ayuda a vivir la Palabra de Jesús, ni tampoco el don de vosotros mismos, al que Él os invita según el designio del Padre. Queridísimos amigos, la fuerza se encuentra dentro de vosotros, como estaba en Jesús, que decía: «El Padre, que permanece en mí, Él mismo hace las obras... El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre» (Jn 14,10.12). Por eso, no tengáis miedo de tomar decisiones definitivas. Generosidad no os falta, lo sé. Pero frente al riesgo de comprometerse de por vida, tanto en el matrimonio como en una vida de especial consagración, sentís miedo: «El mundo vive en continuo movimiento y la vida está llena de posibilidades. ¿Podré disponer en este momento por completo de mi vida sin saber los imprevistos que me esperan? ¿No será que yo, con una decisión definitiva, me juego mi libertad y me ato con mis propias manos?» Éstas son las dudas que os asaltan y que la actual cultura individualista y hedonista exaspera. Pero cuando el joven no se decide, corre el riesgo de seguir siendo eternamente niño.

Yo os digo: ¡Ánimo! Atreveos a tomar decisiones definitivas, porque, en verdad, éstas son las únicas que no destruyen la libertad, sino que crean su correcta orientación, permitiendo avanzar y alcanzar algo grande en la vida. Sin duda, la vida tiene un valor sólo si tenéis el arrojo de la aventura, la confianza de que el Señor nunca os dejará solos. Juventud angoleña, deja libre dentro de ti al Espíritu Santo, a la fuerza de lo Alto. Confiando en esta fuerza, como Jesús, arriésgate a dar este salto, por decirlo así, hacia lo definitivo y, con él, da una posibilidad a la vida. Así se crearán entre vosotros islas, oasis y después grandes espacios de cultura cristiana, donde se hará visible esa «ciudad santa, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia». Ésta es la vida que merece la pena vivir y que de corazón os deseo. Viva la juventud de Angola".

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