viernes, 12 de diciembre de 2008

Pedagogía ignaciana V



(Pedagogía ignaciana - un planteamiento práctico, nº 14)


El P. General afirma nuestro objetivo cuando dice «pretendemos formar líderes en el servicio y en la imitación de Cristo Jesús, hombres y mujeres competentes, conscientes y comprometidos en la compa­sión».



Tal objetivo requiere una total y profunda formación de la persona humana, un pro­ceso educativo de formación que intenta la excelencia; un esfuerzo de supe­ra­ción para desarrollar las propias potencialidades, que integra lo intelectual, lo académico y todo lo demás. Trata de lograr una excelencia humana cuyo mo­delo es el Cristo del Evangelio, una excelencia que refleje el misterio y la rea­li­dad de la encarnación, una excelencia que respete la dignidad de todas las gen­tes, y la santidad de toda la crea­ción.


Hay bastantes ejemplos en la historia de una excelencia educativa concebi­da estrechamente, de gente muy avanzada desde el punto de vista intelectual, que al mismo tiempo permanece sin un ade­cuado desarrollo emocional, e inmadura moral­mente . Estamos empezando a dar­nos cuenta de que la educación no humaniza necesaria­mente ni transmite va­lo­res cristianos a las personas y a la sociedad. Esta­mos per­diendo la fe en la in­ge­nua idea de que toda educación, con independencia de su calidad, empeño o fi­na­lidad, conduce a la virtud.


Vemos cada vez más claro, por consiguiente, que si nuestra educación desea tener un influjo ético en la socie­dad, debemos lograr que el proceso educativo se desarrolle tanto en un plano moral como intelec­tual. No queremos un programa de indoctrinación que sofoque el espíri­tu; ni tampo­co tra­tamos de organizar cursos teóricos especulativos y ajenos a la realidad. Lo que se necesita es un marco en el que buscar la manera de abordar los pro­ble­mas y valores de la vida, y profesores capaces y dispuestos a guiar esa búsqueda.


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