domingo, 28 de diciembre de 2008

El agua y el cesto




"Un discípulo se aproximó de su maestro y le preguntó:

- Maestro, ¿por qué debemos leer y saber de memoria la Palabra de Dios si no conseguimos aprender todo y con el tiempo acabamos olvidándolo?Somos obligados constantemente a recordar de nuevo lo que olvidamos.

El Maestro no respondió inmediatamente a su discípulo. Se quedó mirando al horizonte por unos minutos y después le ordenó:

- Coge aquél cesto de junco, baja hasta el arroyo, llena el cesto de água y tráelo aquí.

El discípulo miró al cesto sucio y le pareció muy extraña la orden del Maestro, pero aún así le obedeció. Cogió el cesto, bajó los cien escalones desde el monasterio hasta el arroyo, llenó el cesto de agua y empezó a subir. Como el cesto estaba lleno de agujeros, el agua fue escurriendo y cuando llegó delante del Maestro ya no quedaba nada.

El Maestro le preguntó:

- Entonces, hijo, ¿qué has aprendido?

El discípulo miró al cesto vacío y dijo burlonamente:

- Aprendí que cesto de junco no retiene agua.

El Maestro le ordenó que repitiese el proceso.

Cuando el discípulo volvió con el cesto, vacío nuevamente, el Maestro le preguntó:

- Entonces, hijo, ¿qué has aprendido?

El discípulo nuevamente respondió con sarcasmo:

- Que cesto agujereado no retiene el agua.

El Maestro entonces, continuó ordenando al discípulo que repitiese la tarea.

Después de la última vez, el discípulo estaba desesperadamente exhausto de tanto bajar y subir la escaleras.

Pero, cuando el Maestro le preguntó de nuevo:

- Entonces, hijo, ¿qué has aprendido?

El discípulo, mirando dentro del cesto, percibió admirado:

- ¡El cesto está limpio! Aunque no retuvo el agua, la repetición constante de llenarlo, acabó lavándolo y dejándolo limpio.

El Maestro, por fin, concluyó:

- No importa que no consigas saber de memoria todos los textos de la Biblia que lees, lo que importa, de verdad, es que, en el proceso, tu mente y tu vida se quedan limpias ante Dios."

(Autor desconocido)

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