lunes, 22 de febrero de 2010

Desde el Yochen de Hayama



La infancia, sea del país que sea, es siempre una ocasión de alegría y de reflexión. En este último viaje a Japón, visitando nuestro “yochen” en Hayama, no puedo por menos de reflexionar sobre el misterio y encanto de la niñez en su forma más pura y acogedora. Y digo esto recordando a los 190 niños y niñas de nuestra escuela, en su gran mayoría no cristianos, cuando, al recibirnos a María Inez y a mí en el salón, con las manos puestas en oración, rezaron el Padre Nuestro en japonés. Realmente en un momento como éste se tiene la experiencia sensible de que es la oración de todos, pues todos somos hijos del mismo Padre.


Comentándolo después con una de las Hermanas ella me dijo que la oración del Padre Nuestro les impacta mucho y que una bonza budista que fue alumna nuestra allí, todas las mañanas iniciaba las oraciones rezando el Padre Nuestro con los budistas en el templo.


Sin duda que el rasgo de la filiación de nuestro carisma responde muy bien a la necesidad de todos de sentirnos hijos del mismo Padre y consecuentemente hermanos.


Que, particularmente durante esta preparación más próxima de la canonización de la Madre Fundadora, Dios nos conceda la gracia de vivir con fuerza especial la filiación y la fraternidad.


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