jueves, 6 de mayo de 2010

Pedagogía del umbral

(Extraído de “La Pastoral educativa en la escuela”, Jesús Triguero López, CIEC)

“La acción pastoral de la escuela católica se desarrolla en varios niveles, atendiendo a la situación en que se encuentran los diferentes destinatarios respecto a la fe, pero también a las diversas facetas en que ha de madurar la personalidad. De ahí que guarden entre sí un orden de sucesión, y también de simultaneidad. De forma un tanto convencional podemos representar los niveles del proceso evangelizador de la escuela católica como tres círculos concéntricos, a cuyo interior sólo se accede pasando por los más externos. Cada uno de ellos expone y profundiza una propuesta, no una imposición. Debe contar con la libertad de la persona para acogerla o rechazarla, pues el acto de fe es respuesta del hombre libre a la Palabra de Dios. Es, por tanto, normal que el nivel más interno, que implica el haber aceptado la fe, tenga como destinatarios efectivos a un número sensiblemente menor que los anteriores niveles.

Primer círculo: personalización o "pedagogía del umbral".
El objetivo de este primer círculo se centra en hacer pasar de una situación previa de pasividad en el mundo a una situación crítica y activa: la persona se sitúa en el mundo críticamente (aprende a leerlo y a descubrir su significado) y activamente (viviendo según unos valores). Es la propuesta de un modo de ser y de estar en el mundo, es decir, el estilo cristiano ante la vida, la sociedad y Dios mismo. Descubre, ante todo, el valor de la persona, no aisladamente sino en referencia a los otros. En el proceso de evangelización, este nivel tiene ya sentido en sí mismo, pues la personalización es el primer efecto de la Buena Nueva. Al mismo tiempo, es pedagogía del umbral, en cuanto que pone al hombre en camino: lo educa en aquellas dimensiones que le permiten profundizar en su propio misterio hasta llegar al umbral de la fe.

Tres aspectos o "sectores" han de tenerse en cuenta para una adecuada personalización:

La educación en valores está experimentado, cada vez más, un notable impulso. Valores, actitudes y normas pasan a ser contenidos curriculares que han de ser objeto de enseñanza y aprendizaje en la escuela. Desde su Carácter Propio y a la luz del Evangelio, la escuela católica desarrolla una pedagogía de los valores que se fundamenta en la prioridad al respeto al otro, la solidaridad responsable, la creatividad y la interioridad, según la inspiración evangélica del amor cristiano. Educando en los valores y para los valores, la escuela "forma al hombre desde dentro, lo libera de los condicionamientos que pudieran impedirle vivir plenamente como hombre" (EC 29).


Educar en la esperanza o educar para la utopía es cultivar expectativas, preparar hombres que se nieguen a aceptar la realidad actual como única realidad posible y se empeñen en su transformación. Educar en la esperanza es educar en el valor de la vida, su significado y su destino, el sentido del más allá, la superación de las estructuras, la capacidad de mejorar el presente. Desde este sector de la pedagogía del umbral, la escuela, al menos la escuela católica, debería salir al paso de una acusación frecuentemente repetida: que reproduce el modelo social en el que está inmersa y prepara a sus alumnos para perpetuar el sistema.
Pero también debe mostrar que el hombre no se completa sino sobrepasándose y abriéndose a Dios, y que "el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo ni los lleva a despreocuparse del bien ajeno; sino que, al contrario, les impone como deber el hacerlo" (GS 34.3).


Educación para la búsqueda. El tercer sector de la pedagogía del umbral nos viene a recordar que la mejor escuela no es la que da muchas respuestas, sino la que genera preguntas en el interior de la persona y la incita a buscar respuesta. El problema de muchos de nuestros jóvenes es que han oído muchas respuestas, pero no tienen interrogantes que les inquieten, por eso no buscan. Educar para la búsqueda supone: desarrollar la capacidad de preguntarse, y no sólo de aprender; desarrollar la capacidad crítica y transformadora, y no sólo de integrarse en el sistema; desarrollar la apertura al Misterio, descubrir el sentido sacramental de la vida y del mundo, en lugar de proponer un descubrimiento científico pero opaco de la realidad. Todo lo que es propio de este primer nivel debe ser programado desde el Proyecto Educativo, del Proyecto Curricular y del Proyecto Pastoral.

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